lunes, 21 de diciembre de 2009

Aquellos maravillosos años...


Todos alguna vez en la vida (si no miles de veces...) hemos echado la vista atrás para recordar "aquellos maravillosos años". Algunos apenas se detienen para saborear ese dulce momento de inocencia; otros, en cambio, si añoran sus dulces años de infancia como agua de mayo. Yo, desde luego, de vez en cuando le doy el placer a mi mente de viajar a tierras remotas que cada vez quedan más lejos.

En "aquellos maravillosos años" no sabíamos qué años corrían. No sabíamos qué iban a significar en nuestro futuro. Y desde luego, no sabíamos que posteriormente serían retales de nuestro deseo.

Todavía recordamos todos los momentos de ilusión que pasamos. No se olvidarán. Eramos almas desbordadas sin rumbo, sólo nos importaba disfrutar de cada momento. No importaba donde, no importaba cuando. No importaba que no nos comprendieran, pero tampoco nos importaba no poder comprender. Sólo estábamos nosotros. Todos hemos sido El Principito.

Pero como en todas las historias, debe haber una parte mala y angustiosa: la comparación. Es inevitable comparar nuestra infancia con la actualidad (todos nos hemos repetido: "cuando eras niño..., y ahora mirate"). Es inevitable darnos cuenta de cómo hemos ido dando sentido a nuestra existencia. Nos llena de melancolía pensar que jamás volveremos a ser esos seres inocentes que éramos antes. Contemplamos como nuestro día a día nos ha ido desgastando paulatinamente. Cada vez son más los problemas que debemos afrontar, y nos gustaría tener una máquina del tiempo que nos llevara a nuestro pasado. Es inevitable. De alguna forma u otra todos hemos pensado: "si hubiera sabido apreciar los momentos que viví en mi infancia...". No te tortures, es ley de vida. Estamos hechos para recordar, para encajar las piezas que nos dieron entonces para completar hoy el puzle. Para aprender desde aquellos momentos a valorar los próximos. La infacia es así, y sirve para eso. Es la base de la sociedad, y contemplar con tierna melancolía nuestro pasado nos ayuda a afrontar el futuro. ¿Quién nos lo iba a decir? Ahora nos damos cuenta. Hay que valorar la infancia. Un niño es un tesoro, y una riqueza en potencia, y es por eso que debemos cultivarla con ahínco y cariño.

Inevitablemente he tenido que hacer una pequeña modificación al poema de un grande. Antonio Machado decía que al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca has de volver a pisar (pero siempre debes recordar).

No puedes saber adónde vas sin saber de dónde vienes.